jueves, 30 de septiembre de 2021

Los abuelos

 

Se terminó la pandemia y fui a visitar a mi abuelo. 

 

- Buenas. 

- Hoooola. ¡Por fin! -responde mi abuelo. Tenía como un tono de falsa sorpresa. 

- Dale, viejo mongólico. 

- Epa, ¿Qué te pasa?

- Que ya estás rompiendo las pelotas. Dejame pasar. 

- No nos vemos hace un año y medio, ¿y me hablás así?

 

La pegué una cachetada y él me agarró rápidamente del cuello. Ahí nos trenzamos en una pelea que duró buena parte de la mañana. Mi abuelo siempre se mantuvo bien físicamente, siempre hizo ejercicio, y yo no puedo decir lo mismo. Hubiera pensado que la diferencia de edad ya habría sido suficiente, pero la verdad es que no. Mientras peleaba pensaba "voy a tratar de no lastimarlo mucho", pero realmente no habría podido aunque quisiera.


- Basta, soltame, tenés tremendo olor a calzoncillo meado.
- Pendejo atrevido, te tendría que haber dado una paliza antes.

Nos separamos y nos acomodamos un poco, tomando aire.

- Abuelo, vengo a pedirte plata.
- ¿Para qué?

Tosí y me acomodé un poco el pantalón y la remera. Me dolía un hombro.

- Mil doscientos dólares. Nunca te pido nada.
- ¿Venís a pelearme o a pedirme plata?
- Tenés razón. Perdoná -sonó tan falso que casi lo digo de nuevo, daba vergüenza.
- ¿Y para qué querés esa plata?
- Me quiero comprar un sintetizador.
- ¿Y eso qué es?
- ¿Abuelo tenés la plata o no? Si no tenés no pasa nada, vendemos algo.
- ¿Qué vas a vender, pedazo de basura? Andate de acá.
- ¿Y si me das menos? Puedo comprarme uno usado.

Miré a los costados buscando algo de valor, la verdad es que no encontré nada, siempre fue un viejo austero de mierda, incluso cuando era chiquito porque cuando cuenta cosas parecen hechas por un niño viejo, como que nunca fue joven, trabaja desde los nueve años por voluntad propia.

- Abuelo, trabajás desde los siete años y no tenes plata, ¿qué onda?
- Pendejo machirulo, ¿por qué no te vas a trabajar vos?
- No hay laburo en ningún lado ahora. ¿Dónde aprendiste esa palabra?
- En el mismo lugar que vos, tengo las mismas redes sociales.
- ¿Abuelo qué tenes en el cuello?
- ¿Esto? Nada.
- Sí, tenés algo ahí, mostrame qué es, a ver...

Mi abuelo me hizo una señal de que pare, con la mano, y procedió a sacarse una máscara de la cara que nunca me había dado cuenta que llevaba.

- ¿Abuela?

- Sí, mijito. 

- ¿Hace cuánto que tenías puesta esa máscara?

- Hace diecinueve años, desde el día que murió tu abuelo y suplanté su identidad. 

- No puedo creer. 

- Más vale que lo empieces a creer, porque ahora llegó tu turno.

- ¿Lo qué?

- Estuve años preparando un molde de tu cara, ya está pronta la máscara. De aquí en más yo voy a ser vos. 

- ¿Cómo hiciste para preparar el molde? Hace pila de tiempo que no nos vemos. 

- No es tan difícil, siempre estás con la misma cara de orto. 

- Claro. ¿Y por qué yo?

- Es más fácil suplantar la identidad de alguien a quien conocés bien. 

- Yo no creo que me conozcas tan bien. 

- Creo que lo más importante está centrado en la cara de orto, es tu marca característica, no sé si hay mucho más realmente. 

- Pero abuela... vos sí me caías bien. 

- No tengo tiempo para la lástima. Dame tu billetera y los documentos que tengas arriba. 

- Pero abuela... ¿me vas a disparar?

- Solo puede haber uno, no podemos haber dos con la misma identidad. 

- Con razón estás con armas hace años, el abuelo nunca había tenido armas. 

- Porque era un cagón. 

- Bueno... estoy medio confundido ahora, no sé cuándo me formé el juicio sobre él. 

- Adiós. 

- Pero ab- 

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