jueves, 22 de diciembre de 2011

Esto en realidad lo escribí hace como dos años

Sobre "Una novelita lumpen", de Bolaño. 

Si vamos a escribir sobre pelagatos, lo importante es que por lo menos seamos mínimamente coherentes. 

Me sentí atraído de inmediato por el título. “Esta es la novela de Bolaño que estaba esperando leer”. La tapa confirmó mis expectativas: una mujer completamente hecha mierda y con cara de mala vida, pero mala vida en serio, una vida mala y jodida, de esas vidas en las que dios es malo y todavía pierde.

La trama se desarrolla en Italia, creo que en Bologna, y la protagonista y narradora se queda, junto con su hermano más chico, huérfana al empezar la novela; sus padres chocan y mueren, y ellos quedan solos y por su cuenta. Consiguen una pensión bastante miserable por parte del estado y se abocan a conseguir trabajo. Los dos consiguen uno más bien mal pago, pero trabajo al fin: limpiador en un club él, no me acuerdo el de ella. Pasan mal económicamente, pero no pasan penurias. Y aquí está el problema: no sé qué entiende o entendía por lumpen Roberto Bolaño. O sea, no pasan hambre ni tienen ningún tipo de necesidad básica insatisfecha; ni siquiera eso, sino que dos por tres toman cafés y comen en bares y restoranes sin que esto se describa como una hazaña, y también cerveza, sin que se mencione para nada el dinero. Una vez en que ella va al videoclub se lamenta de no tener dinero para alquilar ninguna película y decimos “ah, pobre”, pero después alquilan películas varias veces, hasta de a dos por vez, y eligiéndolas malas a propósito. Fuman cuando quieren, siempre. Toman café cuando quieren. En fin. 

Hay ciertos sectores de la clase alta que tienen la extraña creencia de que una "clase baja" puede llegar a tomar decisiones estéticas originales e interesantes sin tomar en cuenta su situación económica, como por ejemplo, alquilar un video pero no comer al otro día. Piensan que eso puede llegar a ser una opción, una habilidad. A mi me parece una ingenuidad. Y la emoción de la novela no sale mucho de ahí. No es del todo aburrida pero no me convence. Y menos me convence que tenga ciento cincuenta páginas, con capítulos cortos separados por dos o tres páginas en blanco, a letra grande, y que salga quinientos veinticinco pesos y se llame una novelita lumpen. La leí en un día. 


lunes, 14 de noviembre de 2011

Super Bizcocho

Vi Super 8. 


La película empieza con el tema del accidente, el que deja semi-huérfano al niño protagonista de la película. Los diálogos con los que se introduce "indirectamente" la historia del pibe son penosos, completamente falsos y solo buscan que uno se preocupe por parar la oreja para intentar pescar algo de lo que pasa, un mero ejercicio de comprensión apresurada de la trama y nada más. No debería ser tan importante, pero el comienzo de una película es importante, y este es un mal comienzo. "Jack se encargará de todo, es un buen hombre", "pero hasta ahora no tuvo que hacer de padre", y ahí el gordo deja de comer torta. Horrible. 

Luego, el tema de la banda de niños "losers" que filma la película. Una película hiper estética, pensada y super profesional, con pendejos completamente apasionados que no piensan en otra cosa que en la película, como si fueran Steven Spielbergs miniatura e igual de hijos de puta. "Necesito una mejor trama y dar valor a la producción", me están jodiendo. 

Otra cosa: los protagonistas son demasiado blanquitos. ¿Donde está el negro? ¿Dónde está el chino? ¿Donde está el, no sé, boliviano? ¿Y el uruguayo? ¿Dónde está el pibe que va al Bauzá?

Otra cosa: Si vas a copiar todo lo que hace Spielberg y específicamente E.T, por lo menos que no anden tanto en bicicleta... no sé, poneles patines o lo que sea, pero la bici...y con respecto a E.T., tal vez lo más importante: el extraterrestre acá es una mierda. Pero no solamente el bicho en sí, que no tiene gracia y es simplemente un animal feo, sino el tratamiento que se le da a su "personaje". Uno piensa que está toda la película esperando para verlo, pero en realidad, no te lo muestran porque saben que es horrible, que no tiene gracia, y que una vez que lo veas de cerca no te va a interesar más la película. El ser super-evolucionado e hiperinteligente, lo único que hace cuando se topa con un humano es comérselo, después de gritarle en la cara con la boca abierta, como hacen todos los monstruos desde Men in Black, más o menos. ¿Para eso tanto misterio? Tres horas de película sin ver al bicho, y cuando aparece es un fiasco.

El choque de tren es una especie de tercera guerra mundial. Demasiados personajes secundarios se pierden las partes de acción y terror por estar drogados o por tener la música demasiado alta, en un claro mensaje anti-adolescencia y pro-niñez. Todos son estúpidos menos los protagonistas. Los niños descubren cosas, básicas, que los milicos, inexplicablemente, ni se preguntan. En fin, mírenla, está buena, es entretenida. 

jueves, 6 de octubre de 2011

Bicentenario del mal gusto

La semana que viene se celebra el bicentenario de la nación. Un bicentenario que en realidad no es tal, pero que se festeja igual, a pesar de todos los cientos de artículos que salen todos los días en todos lados diciendo que el bicentenario es un invento más bien patético para celebrar algo.

Intento resumir o dejar de lado esa parte porque seguramente los que estén leyendo esto ya tienen una idea (vaga o desarrollada, como quieran) de por qué el bicentenario es un fiasco. No vale la pena que yo me ponga a escribir de historia, pero sí puedo escribir de cómo llegué tarde hoy al trabajo porque el ómnibus se desvió de su recorrido gracias al monumental y apestoso escenario que instalaron en Dieciocho de julio, donde tendrá lugar un recital con un montón de bandas, todas horribles.

Me bajé, como siempre, en la plaza independencia, y ahí está el monumento a Artigas. Hay una historia curiosa en torno a ese monumento. Curiosa pero también patética; y no patética en el sentido de triste, sino en el sentido de lamentable, penosa, desagradable.

Según dicen, el monumento a Artigas se ideó en el siglo XIX, cuando se aprobó una ley destinando ciertos fondos a su creación. Cuarenta años después (40) finalmente, se hizo la estatua. Cuarenta años después. Es enfermizo el solo hecho de pensar que haya podido demorar tanto. Cuarenta años. 

Hicieron como una especie de llamado, ya en el 1910, más o menos, y se presentaron X cantidad de artistas con sus “maquetas” o proyectos. Al final quedaron solo dos. Y esta es, para mi, la parte triste.

Uno de ellos era del italiano Angel Zanelli, y el otro, del uruguayo Juan Manuel Ferrari. El jurado estaba formado por Juan Zorrilla de San Martín (autor del impresentable “Tabaré”), José Pedro Varela, Juan Campisteguy, Luis Carve y, como presidente, Carlos Travieso. Después de deliberar, decidieron que le iban a dar a los dos proyectos seis meses más, para que los autores los retocaran, mejoraran, etc, y luego los presentaran de nuevo. Zanelli contestó con una carta pública (muy divertida, de hecho) diciendo que su obra era la obra de un genio y que no podía ser retocada, y que Ferrari, si quería, podía hacer lo que quisiera con la suya, en seis meses o seis mil años, que él no iba a tocar la propia, porque ya era el monumento más lindo de toda América del Sur. Toda esa soberbia no le impidió ganar, y la estatua que hoy se puede ver en la plaza es de él.

Hace un par de meses fui a la Biblioteca Nacional y, revisando un diario de 1913 (Diario Del Plata), me encontré con las imágenes de los dos proyectos cuando aún estaban en carrera, y me llevé una sorpresa. No sé si buena o mala, supongo que buena.

El proyecto de Ferrari, el uruguayo, que perdió, era mil veces mejor que el ganador. Realmente, nunca pensé que la imagen de un prócer podía llegar a interesarme, pero esta era diferente. Tomando como punto inicial la de Zanelli, en la Plaza Independencia, imagínense esto (no pude sacarle fotos):

-         -  El caballo de Artigas está sobre una roca, una roca enorme, no sé como se llama, una roca que puede haber en un campo de batalla, tipo precipicio. Una linda roca, en lugar de una superficie plana y sin gracia.
-         -  El caballo de Artigas, además, a diferencia del de Zanelli, no está asustado ni relinchando, ni con una de las patas levantadas. En lugar de eso, está con la cabeza en alto, tranquilo: no le tiene miedo a Artigas, está como orgulloso de estar llevándolo. El caballo de Zanelli le tiene miedo al Artigas patriota y dominante; el de Ferrari es más como el aliado de Artigas, orgulloso de su amo. Simbólicamente, si yo tuviera que fundar un país, eligiría ese caballo. Hasta parece que estuviera sonriendo, pero ahí entra en juego la mala calidad de la imagen en el diario.
-         -  Por último, la obra maestra: montado arriba del caballo, está Artigas, que en la versión de Ferrari es nada más ni nada menos que CLINT EASTWOOD. Está con un sombrero y con la cabeza gacha, como durmiendo o mirando para abajo, pero con actitud de lejano oeste; casi no se le ve la cara, es como una sombra; sobresale solo una nariz. Los brazos tampoco se le ven, los tiene escondidos abajo del poncho que lleva puesto y que lo tapa casi por completo (a diferencia de la vestimenta militar toda limpia del monumento de Zanelli). No está agarrando al caballo de las riendas, es Clint Eastwood a caballo en El bueno, el malo y el feo, y sabiendo que es un capo, que es el capo. Si Artigas era así, puede merecer respeto.

En lugar de esta estatua, Juan Zorrilla de San Martín (autor del impresentable “Tabaré”), José Pedro Varela, Juan Campisteguy, Luis Carve y, como presidente, Carlos Travieso, decidieron colocar en el centro de Montevideo la estatua de Zanelli, que no tiene gracia, que es completamente insípida, que es una mierda.

En el Artigas de Zanelli, Artigas tiene la cabeza en alto, a pura honra, y al caballo sometido y asustado. En el de Ferrari, el caballo lo obedece porque es un capo y porque lo quiere, no necesita ni tocarlo ni demostrarlo. La actitud del Artigas de Zanelli solo demuestra inseguridad, histrionismo, fiasco. Es una diferencia de puntos de vista, pero elegir al Artigas de Zanelli demuestra la mentalidad filistea, patriótica (en el sentido más burdo y relacionado con la estupidez que haya) y anti-clin-eastwood del jurado. A partir de esa imagen, voy a pensar que la celebración del bicentenario es una legitimación de esa decisión, que impregnó de mal gusto la simbología básica de este país, en el que espero no estar cuando se celebre el bicentenario nuevamente en 1930. O si voy a estar, que me cambien la estatua. 

domingo, 25 de septiembre de 2011

X-men, las precuelas, el rencor eterno...

No entiendo por qué tienen que ser tan obvias. Y no alcanza conque se diga que las hacen tan obvias a propósito, para que las pueda entender todo el mundo, porque con ese criterio siempre van a bajar el nivel con la intención de que la puedan entender un montón de…  lo que sea. Sin importar quien la va a ver, yo siento que la película le está hablando a un niño, y por eso, cuando la veo, siento que estoy viendo la película equivocada. Nunca la iría a ver al cine, ni le recomendaría a alguien que la fuera a ver. 

Todo esto viene a que no entiendo por qué el personaje de Magneto y el de Charles Xavier tienen que estar en desacuerdo desde el principio; por qué es evidente, desde el primer minuto de la película, que se van distanciar antes de que termine. ¿No estaría mucho mejor que fueran amigos toda la película, que estuvieran de acuerdo en todo, y solo se separaran al final, por algo en concreto? A mi me gustaría que ni siquiera al final se separaran, porque dejarían en la oscuridad buena parte de sus personalidades y los personajes continuarían siendo interesantes; pero si hay que quemar todo al final de la película, ¿no podría ser de manera menos predecible? ¿Cuándo fueron amigos estos dos, si siempre se miraron de reojo?

Con este tipo de precuelas se pierde todo el misterio de los personajes; la propia precuela termina arruinando el interés que había en verla. Terminamos descubriendo que la psicología y la ideología política de cada uno de los personajes es mucho más simple y menos interesante de lo que se podría haber creído en un principio.

Además, hay otra cosa que me llama la atención, y es la siguiente: el rencor eterno. Las enemistades se explican siempre de la misma manera; es decir, en la película original se menciona que los rivales (protagonistas) eran antes amigos o por lo menos aliados. Cuando vemos la precuela, descubrimos que la pelea se podría haber evitado, que generalmente las diferencias no eran tan grandes, y que la enemistad es más bien caprichosa y traída de los pelos. Se pelean por cualquier cosa y se odian para siempre, ¿no es un poquito exagerado ese rencor eterno? Darth Vader odia a Obi Wan por un malentendido, Magneto se pelea con Charles Xavier por una discrepancia política, y después se tratan de matar por treinta años. Pará, ¿no? Demasiado resentimiento, mucha pero mucha mala leche, no se perdonan ni una.  

domingo, 31 de julio de 2011

Veinte minutos de Transformers 2

Mi novia estaba durmiendo y yo no quería prender la luz para no despertarla, así que opté por prender la televisión y mirar algo durante unos veinticinco minutos hasta que me viniera sueño: esa sería la explicación de por qué miré un poco de Transformers 2, aunque nunca se puede dejar de lado el factor curiosidad y morbo que siempre aparece presente en este tipo de casos; y también es la explicación de por qué esta crítica es tan breve, carente de fundamentos y legítima. Dicho de otra manera, una crítica entera a esta película implicaría una pérdida de dignidad importante que iría en desmedro de su legitimidad.

No sé qué parte vi, supongo que recién pasaría la mitad de la película; básicamente, todos estaban llegando a Egipto, y los protagonistas tenían que entrar a una pirámide a agarrar una arena que supuestamente le iba a devolver la vida a Optimus Prime, el robot que la tiene más larga en el bando de los buenos.

Dentro de lo meramente argumental, que puede o no ser lo más importante cuando se busca algo con lo que entretenerse un ratito a la madrugada, lo primero que me llamó la atención fue que el ejército de Estados Unidos entrara como quisiera en territorio egipcio; en ningún momento vi que desde el centro de comandos o desde los aviones le pidieran autorización a los africanos ni nada parecido; capaz que eso ocurrió antes de que agarrara la película; en cualquier caso, la lógica parecía ser “son aliados, son buenos, podemos hacer lo que queramos”.  Ok.

También me pareció patético cuando llegaban los militares yankis y lo primero que decían era ”tenemos que proteger al pueblo”, mientras obviamente a nadie le importaba, el pueblo no parecía enterarse de que se estaba desarrollando un guerra extraterrestre a la vuelta de la esquina, y básicamente, ni siquiera hicieron nada para proteger a ese pueblo, por lo cual todo quedó en una frase estúpida dicha casi sin darse cuenta. Fue casi como un aviso legal, como para impedir que alguien les hiciera una demanda por hacer una película en la que se entra a un pais con otro motivo que el de proteger a los nativos.

Ingenuamente, me llamó la atención que la película fuera tan bélica: parecía hecha para obsesionados con las armas, los hombres, la tecnología, los hombres armados, lo fálico-robótico. Todo era guerra y lenguaje militar para aficionados, como si se tratara de un deporte; de hecho, en lugar de guerra, podría haber sido un partido de fútbol americano pero con robots (ojo, se viene una película de Disney, con Hugh Jackman, en la que los protagonistas son boxeadores… robots).

En un momento se sube un transformer a una pirámide y la película intenta hacernos sentir alegría porque los norteamericanos tengan un arma lo suficientemente poderosa y secreta como para bajarlo de un tiro: entonces, tenemos que pensar, los americanos: “que suerte que invertimos tantos millones de dólares en defensa y no sabemos bien para qué, capaz que nos estamos preparando para una invasión de robots antropomórficos alienígenas; no hay que correr riesgos”. En mi opinión, esa escena confirma que películas como esta están hechas para justificar un impuesto, y no mucho más que eso. Los malos son robots, y los buenos también, y nadie los construye, ni siquiera; o sea, ¿no se les podía haber ocurrido nada más aburrido?

Los robots buenos son adolescentes y tienen cara de skaters y nerds; los malos son como aviones exagerados y cursis, con frases tipo “yo soy megatrón” (eso lo recuerdo de los 15 minutos que vi de la primera) cada vez que aparecen, como si necesitaran una presentación para que tomemos nota y nos acordemos de una vez de su puto nombre, o como si fuera su cumpleaños y todavía no lo hubieran felicitado.  

El culto a la tecnología y los diálogos afectivos con los robots-automóviles  me recuerdan que probablemente esté viendo la película más filistea de los últimos, no sé, tres años.

Entre los puntos altos: John Turturro que, bueno, me parece respetable, y nos recuerda que algunos no son robots, aunque la mayoría lo seamos, sobretodo los que miramos estas películas de mierda sin que nos paguen.