lunes, 7 de junio de 2021

Compartir cosas hechas

Cuando una persona escribe es importante que sus amigos y la gente que lo lee le digan que tiene que escribir más. Es como decir "feliz cumpleaños" cuando es el aniversario del nacimiento de una persona. Puede no significar nada, pero hay que decirlo. Exhortar de esta manera, mediante el halago, es uno de los pilares de nuestra sociedad. También, si se tiene cualquier tipo de experiencia en la escritura o se escribe para algún medio, es importante que se le diga a la persona que escribe qué es exactamente lo que tiene que escribir o sobre qué tema. 

Hace algunos años estaba en el apartamento en el que vivía, un monoambiente chiquito y bastante viejo en algún lugar de Montevideo, un viernes de tarde, y recibí la visita de un amigo, no me acuerdo si me había avisado que venía o no, pero supongo que sí porque si no directamente no atendía el timbre. 

A este amigo le serví un plato de comida y me dijo que era muy rico y que por favor lo hiciera más seguido. Lo interesante es que me lo dijo sin probarlo, y es algo que me ocurrió varias veces en realidad, y es lo mismo que con la escritura: se lo servís en la mesa, se queda mirando el celular y no toca el plato, de repente un día se da cuenta de que estaba el plato ahí enfrente y ya está frío, se para a calentarlo en el microondas y te avisa que lo está haciendo (vos ya te habías olvidado de que habías cocinado y ese llamado de atención te lo recuerda y de alguna manera te frustra un poco) y se distrae de nuevo, le queda demasiado caliente y todavía cuando prueba te dice: 

- Ay, me quemo, no entiendo los microondas, qué cosa que no soporto quemarme el paladar, tenés que escribir un cuento sobre eso.
- Dale, te dejo acá un papel y lapicera, escribime si podés todos los temas de los que tengo que escribir un cuento. 
- No, yo te dicto y vos escribís, pero más tarde, pero dejá el papel ahí. 
- Bueno, bárbaro, pero ¿para qué me pediste que cocinara si al final no ibas a comer? Ya se te está enfriando de nuevo la comida. 
- Uuuh es verdad, se me pasó, pasa que ando con tres mil cosas, igual yo quería que cocinaras porque el hecho de cocinar ya está bueno de por sí.
- Bueno, está bien, pero ya que cociné, no te parece que mejor comer lo que cociné para no desperdiciarlo y de última para tener cierta satisfacción de sentir que tu trabajo fue aprovechado de alguna manera? 
- Puede ser.
- Bueno, la concha de tu madre.
- Está bien, igual hay que desprenderse un poco del ego, no puede ser que tu día dependa solamente de la aprobación de los demás sobre lo que hacés. 
- Tampoco tengo por qué ser el primer gil que se desprende del ego, primero capaz que podría desprenderse algún otro, y en todo caso capaz que tampoco tengo ganas de desprenderme de nada pero sí de que se coman la puta comida que preparé porque me pidieron.
- Pero ojo que yo no pedí nada, eh.
- ¿Cómo que no? Me pediste sí.
- No no, yo no pedí nada, solo te dije que qué bueno que hubieras cocinado en el pasado.
- ¿Estás seguro?
- Sí, ni siquiera probé o aprobé lo que habías cocinado, solamente señalé que era valorable que lo hubieras hecho, y también dije que quizás si lo continuaras haciendo sería también valorable, pero no más ni menos, simplemente en la misma magnitud que en las veces anteriores, es decir, ni siquiera como mérito acumulativo, solo la continuidad, como alimentarse con moderación o bañarse.
- Pero me parece que de alguna manera insinuaste que lo que yo cocinaba tenía cierto valor culinario y nutritivo, y que te gustaría probar algo.
- Me parece que esa fue una interpretación tuya solamente.
- Bueno, está bien, acepto lo que afirmás, pero no te parece que ya que cociné y que te lo serví, siendo que te gusta comer y que somos amigos, capaz que te podrías haber tomado la molestia de probar cuando...
- Claro, lo otro que pasa es que tengo esto por acá y mirá... -sacó un arma. 
- Pará, ¿qué es eso?
- ¿Y a vos qué te parece que es?
- Y... me parece que es un arma de fuego.
- Bueno, te parece bien.
- Tranquilo, no pasa nada... capaz que a lo mejor podrías guardarla.
- Esa es tu opinión, yo opino exactamente lo contrario, ¿algún problema?
- No no, ninguno.
- Te digo más, ahora voy a practicar mi rutina de baile y vos vas a mirarla y a opinar, y lo voy a hacer con esto en la mano.
- Está bien pero, ¿no sería mejor soltarla capaz? Digo porque se te puede escapar un tiro, me podés pegar a mí, pegarte a vos...
- Esto es arte, lo hago como a mí me parece.


Así seguimos un rato, cayó la noche y se puso oscuro pero mi amigo no quería prender las luces. Cada tanto yo hacía el ademán como de moverme, pero escuchaba el sonido del revolver como si lo golpeara muy sutilmente contra la mesa. Así pasaron unos cinco minutos hasta que me animé a hablar de nuevo. 

- Che, ¿te parece que podemos prender las luces?
- Dale, no hay problema. 

Prendí la luz y me pegué el susto de mi vida cuando noté que mi amigo no estaba más y en su lugar había una persona con un pasamontañas y toda vestida de negro sentada en la silla. Se notaba que era otra persona porque tenía otra complexión física, era como más atlético. No tenía más el arma, pero tenía un fierro, como si fuera una palanca para forzar puertas. Miré un poco alrededor y mi apartamento estaba todo igual, solo que no había puerta de entrada: donde antes estaba ahora había solo pared. 

- ¿Para cuándo un texto nuevo? -preguntó el tipo de pasamontañas. Yo todavía dudaba de si era mi amigo o no. 
- Estoy empezando uno ahora, tengo un par de ideas. 
- ¿Va a estar bueno o va a ser como el último?
- Me parece que la tendencia se mantiene. 
- A mí me gustó mucho el que era una especie de continuación del Quijote, ¿cómo era que se llamaba?
- Fa... ¿yo escribí eso?
- Sí, "Don Quijote de la Garcha" se llamaba.
- Uh... eso lo escribí en un escrito en cuarto de liceo, me suspendieron un día y me mandaron a examen de literatura... primera y última vez. 
- Ese fue tu mejor texto. 
- No había vuelto a pensar en eso nunca. Hace más de veinte años que pasó eso. 
- Fue el mejor. 
- ¿Cómo sabías? O sea, ¿dónde lo leíste?
- Lo tengo
- Hubo uno que escribí hace diecinueve años, un año después, ¿lo leíste ese?
- Ese no, me gustó el de Don Quijote de la Garcha. 
- Ese era el humor que tenía a los quince años. 
- Es el mejor. 

Apagué la luz de nuevo y la volví a prender. Ahora había una mujer tomando un jugo de verduras en un vaso largo, vestida de blanco y beige. 

- Si tomás esto y te mantenés conectado con la naturaleza vas a estar bien, no te vas a morir nunca. 
- Bueno. ¿Sabés como puedo salir de acá?
- Sí, tenés que escribir un cuento nuevo. 
- ¿De cualquier cosa?
- No, tenés que escribir sobre este jugo. 
- ¿Qué concha tiene ese jugo?
- Merca.
- Ah...
- Un poco nomás. 
- ¿La merca es curativa?
- Sí, se la tenés que poner al jugo y te cura todo, no te entra nada. 
- ¿Me cura o no me entra?
- Es lo mismo. Y también amor, el amor sana todo. 
- Ta bien... ¿no es medio asqueroso eso?
- Vos escribí el cuentito -sacó un arma.
- Dale está bien