Humbértigo López tenía treinta y siete años. Se presentó un
lunes de mañana en la práctica de Defensor Sporting y pidió para hablar con el
director técnico del equipo de primera división. Lo miraron como si estuviera pidiendo para entrar a la Casa Blanca. Le dijeron que no había llegado y que esperara afuera. Antes de que
saliera le preguntaron cómo se llamaba.
- Humbértigo.
- ¿Te querés sentar?
- Me llamo así.
- Bueno, esperá afuera.
Se sentó en un murito de una casa, enfrente al Estadio Franzini, y se tomó
dos mates mientras miraba las nubes que venían como de Buenos Aires. Era un
tipo mediano, no muy alto, no parecía estar en un estado de forma impecable, se
estaba quedando pelado y no parecía tener un carisma muy particular tampoco. Había cumplido años el día anterior, y no hizo
ningún festejo, ni nada. No lo llamó nadie, de hecho se acordó que era su
cumpleaños más o menos a las seis de la tarde.
Al rato vio que había movimiento en la práctica. Guardó el
mate enojado y se dirigió de nuevo a la puerta de entrada. El portero le dijo
que espera afuera, que no podía entrar.
- Decile a Gregorio Pérez que acá está el jugador que no
está buscando.
- Mirá, yo puedo perder mi trabajo si interrumpo la
práctica. Le puedo decir más tarde si se da la oportunidad.
Humbértigo siguió tomando mate en el murito de enfrente
hasta que terminó la práctica y salieron todos en sus autos. Él no se levantó.
Esperó a que se fueran todos, y ahí fue de nuevo a tocar la puerta. Lo atendió Bernardo, el portero. Era un señor flaco, de pelo negro corto y con aspecto inseguro. Parecía que se estaba poniendo cada vez más
nervioso.
- Discúlpeme Humberto pero yo no pude decirle al señor
Gregorio nada, no es tan fácil, a mí me pueden hacer problema si entro a la
práctica...
- Vamos a entrar ahora los dos, que no hay nadie, y me mirás
tirar tres tiros libres. Si los meto los tres al ángulo, pero bien al ángulo,
mañana le contás a Gregorio Pérez. Pero los tiros libres desde dónde vos
quieras, ¿ta?
- Pero ahora no... bueno, vení en una hora que no queda nadie, ahí te
hago pasar sí, pero cinco minutos nomás ¿eh? No me vayás a poner en un
compromiso a mí.
- Cinco minutos no, tres tiros libres, de donde vos quieras.
Volvió a la hora (después de tomar mate sentado en el murito
e interpretar las nubes) y el portero lo dejó pasar.
- Poné la pelota donde quieras, yo pateo.
El portero estaba un poco más tranquilo, pero igual se
quería salir rápido de la situación, así que dejó la pelota a dos metros de
donde estaban, frente al área, pero a unos cinco metros. Humbértigo corrió como
un perro que hubiera estado todo el día atado, pateó la pelota y la metió
efectivamente en el ángulo, rozando los dos palos.
- De nuevo.
Bernardo no parecía para nada impresionado.
Esta vez tiró la pelota cerca del lateral. Humbértigo tomó carrera, corrió,
pateó, la metió en el otro ángulo. Esta vez Bernardo sí se impresionó y lo miró
como si hubiera visto un truco nuevo de magia.
- Bueno, la última.
Bernardo la puso casi en el corner, Humbértigo en el ángulo
de nuevo. Bernardo se secó el sudor y felicitó a Humbértigo.
- Gracias, mañana contale a Gregorio Pérez, yo vengo a la
hora que termine la práctica más o menos.
Al otro día llegó Humbértigo y, después de tocar un par de
veces la puerta, se metió y caminó por los pasillos directamente hasta la
cancha. Desde lejos vio que Gregorio Pérez increpaba al portero Bernardo, que
parecía querer irse como pidiendo disculpas, hasta que vio a Humbértigo y lo
señaló. Gregorio Pérez se acercó caminando rápido, se presentó y le preguntó a
Humbértigo qué deseaba. Humbértigo contestó pateando una pelota y metiéndola de
nuevo en el ángulo. Sin que mediara palabra (todavía no habían recogido las
pelotas luego de la práctica) se acercó a otras cuatro e hizo lo mismo, una por
una.
Gregorio Pérez no entendía muy bien lo que veía, pero dejó
que Humbértigo le hablara. Este le explicó que era el mejor jugador que iba a
encontrar, que nunca había jugado profesionalmente pero que le gustaría empezar
ahora a pesar de tener avanzada edad. Gregorio Pérez desconfió, le preguntó
cuántos años tenía y Humbértigo le respondió que prefería no contestar por
ahora para que no mediara el prejuicio, pero que le gustaría tener la
oportunidad de participar de una práctica, solo una práctica, y después no
volvería a molestar si así lo deseaba el cuerpo técnico. Gregorio Pérez aceptó
y lo citó para el otro día a las 10.30, que era el horario en el que iban a
hacer fútbol.
***
Al otro día se presentó Humbértigo y jugó con el equipo de
la tercera, luego de una explicación breve y rara de Gregorio Pérez al resto
del plantel. Lo cierto es que en un partido de cuarenta minutos logró meter
veinte goles, y no solo de tiro libre: de cabeza, chilena, gol olímpico, tres
de penal, etc. Al otro día entrenó con la primera, con los suplentes. Ese
viernes firmó contrato con la institución, pero debutó oficialmente en el
Campeonato Uruguayo la semana siguiente, contra River Plate. Ganó Defensor, 32
a 1, con los treinta y dos goles anotados por Humbértigo López, en el mejor
debut en la historia del deporte profesional.
Al torneo le quedaban nueve fechas, y las ganó todas
Defensor (junto con el campeonato). A pesar de lo impactante de todo lo que
estaba pasando, las conferencias de prensa de Humbértigo generaban cierto
desconcierto. Preguntado sobre si estaba contento por el campeonato logrado,
afirmó que le daba lo mismo, que él jugaba ahí para poder emigrar al fútbol de
élite. Incluso cuestionado sobre si era hincha de Defensor, dijo que no, que no
era hincha de ningún cuadro de fútbol, y que había elegido a Defensor solo
porque era el club que quedaba más cerca de su casa. Cuando se le señaló que
esto no era cierto, admitió que en realidad le gustaba que estaba cerca de la
rambla, y que el fanatismo en el fútbol le parecía “patético”. Le preguntaron
si había adquirido algo de cariño por Defensor, y dijo “sí, igual ta, cuadro de
mierda”.
La fama de Humbértigo ya era internacional, aunque de alguna
manera muchos pensaban que se trataba de un fiasco del fútbol uruguayo, una
estafa organizada a nivel alto por las autoridades del fútbol con algún motivo
para nada claro. La mayoría de los clubes grandes del mundo desconfiaban y no
sabían cómo proceder. El primero en preguntar fue el PSG. Se lo querían llevar
hasta que Humbértigo dijo que “no sabía que los franceses jugaban al fútbol”,
ignorando la rica historia, reciente y pasada, del fútbol francés. “Quiero ir a
jugar a Inglaterra, y quiero ser nombrado caballero”, agregó.
Al final terminó en el Real Madrid, con un contrato por un
año (no aceptó más) y un salario astronómico pero sujeto a rendimiento: tenía que
hacer diez goles en los primeros doce partidos para que el club perdiera el
derecho a rescindir el contrato cuando quisiera y sin indemnización alguna.
La gente lo fue a despedir al aeropuerto, pero Humbértigo no
firmó ningún autógrafo. Le preguntaron por la selección nacional y contestó que
“ni en pedo”, porque no le gustaba volar y no tenía intenciones de hacerlo
permanentemente. Cuando le insistieron
sobre si no sentía nada por la camiseta de su país contestó que sí, pero que le
embolaba viajar.
- ¿Qué le decís a la gente de Defensor y de Uruguay?
- Que no tengo palabras.
- ¿Agradecimiento?
- No, no sé qué decir.
Esto no le ganó muchos simpatizantes entre el público local,
pero contrario a lo que se podría pensar, no los tenía antes tampoco. Por
supuesto que alguno había, pero no de una manera masiva. Más del fanático
intelectual, del impresionable, pero su falta de carisma y de emoción al hablar
era tan evidente y abrumadora que tenía un efecto apaciguador de emociones.
Cuando uno lee o leía sus declaraciones, podría parecer polémico, pero el tono
de alguna manera acolchonaba lo chocante de su mensaje. Parecía que todo
alrededor de él fuera normal, y que los raros fueran los que lo encontraban
excepcional, como por supuesto era.
Cuando llegó a Madrid la prensa lo estaba esperando en el
aeropuerto. Fiel a su estilo, no respondió muchas preguntas, pero sí avisó que
iba a entrenar una sola vez y que después iba a ir solamente a los partidos,
porque quería “conocer la ciudad”. “Capaz que aparezco en algún que otro
entrenamiento” dijo, y daba la impresión de que se le estaba ocurriendo esa
idea en ese mismo momento.
El primer entrenamiento del que participó fue a puertas cerradas, pero jugó el
primer partido del equipo en la temporada, en el que anotó dieciocho goles. En
el total de la temporada marcaría seiscientos setenta y nueve, incluyendo veintitrés
goles contra el Barcelona. Su fama creció hasta un lugar difícil de
cuantificar. De nuevo, uno se imaginaría que lograría aún más, pero no. Con los
meses comenzaron a aparecer los artículos hablando del “fin del fútbol”, “el
aburrimiento de las masas” y cientos de comentarios acerca de cuándo se
retiraría, y si no correspondería a Real Madrid rescindir su contrato. Los
directivos argumentaban que si ellos lo dejaban ir, lo contrataría otro club,
por lo que el problema persistiría. Se lo preguntaron a él mismo.
- ¿Cuándo te vas a retirar?
- Cuando me embole de hacer goles.
- ¿Te parece
que desde que empezaste tu carrera el fútbol está muerto?
- Pensé que
se había muerto cuando se murió Maradona, que dicho sea de paso hacía como treinta años
que estaba retirado. Eso dijeron ustedes, ¿no? “Se murió el fútbol”. Se ve que
revivió por un tiempo en el medio y lo volví a matar yo entonces, ¿no? Alcahuetes.
- ¿Qué objetivos te planteás para la temporada? ¿Tenés una
marca que te gustaría romper?
- En general las estadísticas del fútbol son para gente que está
al recontra pedo. Hay categorías nuevas todos los días, marcas para romper,
récords para superar. ¿Se dan cuenta que no tiene sentido? “Cantidad de
partidos jugados”. “Cantidad de goles hechos ingresando en la segunda parte”. “Cantidad
de veces que pateaste desde la medialuna y...” no tiene sentido. Es absurdo.
- ¿Pensás que te vas a retirar por motivos físicos o por
alguna otra cuestión?
- Me voy a retirar cuando me pudra. Falta poco.
- ¿Te gustaría retirarte en Uruguay, o pensás que sería
mejor hacerlo en el país en el que...
- Ni siquiera sé cuándo va a ser ni por qué, yo qué sé
hermano...
- ¿Pero es un tema que pasa por tu cabeza o no lo tenés
presente de momento?
- Listo, ya está –se puso de pie-. Me retiré del fútbol. Que
pasen bien.
- Pero Humb...
- Son unos muertos, ya está. Abrazo.
Esa fue la última conferencia de prensa que dio Humbértigo
López, la del día en que jugó su último partido de fútbol, en el que convirtió
sesenta y dos goles, seis de ellos de chilena.
López se transformó en una leyenda difícil de comparar luego
de esta conferencia. Intentó refugiarse en el anonimato, se escondió en su
mansión primero y después se mudó a Barcelona, una ciudad que según había dicho
antes de un clásico, le parecía “mucho más linda” que Madrid. Fue asesinado en
la puerta de su casa allí, cuando ingresaba una madrugada, en lo que fue
calificado como un intento de robo, a pesar de que los ladrones nunca fueron
identificados y no lograron robarle nada a su víctima.