Se
terminó la pandemia y fui a visitar a mi abuelo.
-
Buenas.
-
Hoooola. ¡Por fin! -responde mi abuelo. Tenía como un tono de falsa sorpresa.
- Dale,
viejo mongólico.
- Epa,
¿Qué te pasa?
- Que ya
estás rompiendo las pelotas. Dejame pasar.
- No nos
vemos hace un año y medio, ¿y me hablás así?
La pegué una cachetada y él me agarró rápidamente del cuello. Ahí nos trenzamos
en una pelea que duró buena parte de la mañana. Mi abuelo siempre se mantuvo
bien físicamente, siempre hizo ejercicio, y yo no puedo decir lo mismo. Hubiera
pensado que la diferencia de edad ya habría sido suficiente, pero la verdad es
que no. Mientras peleaba pensaba "voy a tratar de no lastimarlo
mucho", pero realmente no habría podido aunque quisiera.
- Sí,
mijito.
- ¿Hace
cuánto que tenías puesta esa máscara?
- Hace
diecinueve años, desde el día que murió tu abuelo y suplanté su
identidad.
- No
puedo creer.
- Más
vale que lo empieces a creer, porque ahora llegó tu turno.
- ¿Lo
qué?
- Estuve
años preparando un molde de tu cara, ya está pronta la máscara. De aquí en más
yo voy a ser vos.
- ¿Cómo
hiciste para preparar el molde? Hace pila de tiempo que no nos vemos.
- No es tan
difícil, siempre estás con la misma cara de orto.
- Claro.
¿Y por qué yo?
- Es más
fácil suplantar la identidad de alguien a quien conocés bien.
- Yo no
creo que me conozcas tan bien.
- Creo
que lo más importante está centrado en la cara de orto, es tu marca característica, no sé si hay mucho más realmente.
- Pero
abuela... vos sí me caías bien.
- No
tengo tiempo para la lástima. Dame tu billetera y los documentos que tengas
arriba.
- Pero
abuela... ¿me vas a disparar?
- Solo
puede haber uno, no podemos haber dos con la misma identidad.
- Con
razón estás con armas hace años, el abuelo nunca había tenido armas.
- Porque era un cagón.
-
Bueno... estoy medio confundido ahora, no sé cuándo me formé el juicio sobre
él.
-
Adiós.
- Pero
ab-